Mi brother de toda la vida,
Nunca pensé tener que escribirte esta
carta. Compartimos el mismo desapego por el intercambio epistolar, cosa de sobra
demostrada durante nuestras respectivas misiones internacionalistas o – más conclusivamente
– en la experiencia única de los últimos veinte años. En otras palabras, solo condiciones
extraordinarias como las actuales me harían escribirla.
Si las condiciones fueran ordinarias
estas cosas debería de estártelas diciendo personalmente, y muchas ni siquiera te
las tendría que decir. Debería de ser suficiente para ti con esa lucha a brazo partido
contra una enfermedad que busca devorarte, pero ha de añadirse a ella el enfrentamiento
a una dolencia humana mucho más letal: el odio.
El odio que no me permite retribuirte
todos tus esfuerzos con ese merecido abrazo que quisiéramos darte los Cinco.
El odio que no me deja unir mi risa
a cada una de las ocurrencias que brotan de tu inmenso coraje.
El odio que me obliga a adivinar por
la fuerza de tu aliento, a través del teléfono, el accidentado desplazamiento de
las líneas del frente en esta batalla que libras.
El odio que me impone la angustia
de no poder acompañar en tu cuidado a todos los que te quieren; y que me impide
estar ahí para apoyar a Sary y a los muchachos.
El odio que me niega el presenciar
cómo se crecen nuestros sobrinos, que se han hecho hombres y mujeres en estos años.
¡Qué orgulloso te puedes sentir de tus hijos!
El odio que no me permite simplemente
abrazar a mi hermano. Que me obliga a seguir desde un absurdo y distante enclaustramiento
un proceso del que debería ser parte, como cualquier otra persona que ha cumplido
una sentencia de encarcelamiento, de por sí suficientemente larga, dictada precisamente
por el odio; pero aún para él insuficiente.
¿Qué hacer ante tanto odio? Supongo
que lo que hemos hecho siempre: Amar la vida y luchar por ella, tanto la nuestra
como la de los demás. Enfrentar todos los obstáculos con una sonrisa en los labios,
con la broma oportuna, con ese oportunismo que nos inculcaron desde la infancia.
Echar pa´lante, guapear, no rendirnos nunca; siempre juntos y bien cerca, por más
que se empeñen en separarme de mis afectos para castigarnos con ello a todos.
Hoy me vienen a la mente aquellos
hermosos días de tus tiempos de atleta. Tú en la piscina y nosotros en las gradas,
gritando tu nombre mientras tú braceabas, y el sonido de nuestras voces que te llegaba
intermitente cada vez que asomabas la cabeza para respirar. Luego nos contabasa
cómo a veces escuchabas tu nombre entero, a veces el principio y a veces el final.
Entonces nos entrenamos para esperar a que sacaras la cabeza del agua y en ese preciso
momento todos, al unísono, gritábamos tu nombre. No podías vernos, pero el clamor
de nuestra presencia llegaba a ti y sabías que estábamos contigo aunque no pudiéramos
intervenir directamente en la lidia que se desarrollaba en la piscina.
Hoy la historia se repite. Mientras
te enfrentas con todas tus fuerzas a este reto te sigo animando, ahora sumado a
la familia que entonces no habías construido. Aunque no puedes verme sabes que estoy
ahí, junto a los tuyos que son los míos. Sabes que este hermano, desde su insólito
destierro, desde la angustia de la separación forzada, en las condiciones de libertad
supervisada más absurdas, desde la dignidad de su condición de patriota cubano como
lo eres tú y desde el cariño sembrado por la sangre y las vivencias que nos unen,
está y estará siempre contigo. Cada vez que asomes la cabeza podrás sentir mi clamor
junto al de mis sobrinos.
¡¡Respira brother, respira!!
Te quiere tu hermano,
René
¡Libertad para los Cinco Ya!
¡Permitan las visitas familiares!
¡Otorguen visas de entrada para Adriana
Pérez y Olga Salanueva!
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